Saavedra nació con un aire de retiro. Su historia está atravesada por el cauce del arroyo Medrano, por las quintas que florecieron en el siglo XIX y por esa calma de orillas que lo distinguía del vértigo porteño. Durante décadas fue un territorio de casas bajas y huertas familiares, con calles donde la vida sucedía de manera visible, puertas abiertas y veredas anchas como extensión del hogar. Con la creación del Parque Saavedra, el barrio adquirió un punto de encuentro que marcó generaciones: lugar de juegos, de meriendas compartidas, de charlas al atardecer bajo copas de árboles generosos.
Hoy, Saavedra es una combinación singular. La serenidad de su traza convive con la vitalidad de nuevos cafés, estudios creativos y propuestas gastronómicas que llegan con el pulso de la ciudad contemporánea. Lo moderno se instaló sin borrar lo esencial: la vida vecinal, las casas con historia, el parque que sigue siendo corazón y memoria. Es ese equilibrio lo que hace de Saavedra un enclave diferente, capaz de recibir lo nuevo sin renunciar a lo propio.
En ese marco se inscribe Del Río Cantina. No se presenta como irrupción, sino como continuidad. Su existencia parece natural en el paisaje del barrio, como si hubiera esperado el momento justo para abrir sus puertas y dialogar con el espíritu saavedrense.
La calidez de un refugio urbano
El espacio transmite desde el ingreso un clima de intimidad. La fachada es sobria, sin artificios, y esa discreción se convierte en promesa: detrás aguarda un universo pensado para acoger. El salón combina la memoria de las cantinas porteñas con un lenguaje actual. La madera domina la escena, las luces suaves dibujan contornos que favorecen la conversación, y los detalles se suman para crear un ambiente coherente y sereno.
El mobiliario, robusto pero elegante, recupera la sensación de lo familiar sin caer en la literalidad de lo antiguo. Los manteles claros, los cuadros con guiños retro y las lámparas que proyectan un resplandor cálido generan un clima de cercanía. Nada está dispuesto al azar: la música acompaña con sutileza, la disposición de las mesas invita a quedarse. Se percibe una estética de lo esencial, donde cada elemento cumple un papel en la construcción de un ambiente que envuelve.
Del Río Cantina logra algo poco frecuente: sentirse parte del barrio, pero al mismo tiempo elevar la experiencia a un nivel de sofisticación amable.
Una cocina que honra la memoria
La propuesta gastronómica se basa en la generosidad y la nobleza de los clásicos porteños. No hay alardes innecesarios: cada plato rescata la tradición con materia prima de calidad y técnica precisa, devolviendo frescura a sabores que forman parte de la memoria colectiva.
El baby beef con fritas o ensalada es un homenaje al almuerzo dominguero. La milanesa napolitana, acompañada de puré o ensalada, aparece con su presencia contundente, pero ejecutada con equilibrio.
Las pastas, eje de la propuesta, despliegan todo el repertorio de la cocina casera. Los cavatellis con pomodoro muestran que la simpleza puede ser contundente. Los canelones de verdura y ricota a la rossini despiertan recuerdos de mesas familiares, con una intensidad de sabores que combina suavidad y carácter. Los malfattis, imperfectos en su forma, conquistan por su autenticidad artesanal.
Los tagliatelles de espinaca con albóndigas componen un plato donde lo vegetal y lo carnoso se entrelazan en armonía. Las albóndigas con puré condensan la idea de comida de infancia, trabajada con una delicadeza adulta. El filet a la romana con puré recuerda que el pescado también tiene un lugar en la mesa porteña, siempre que se lo prepare con respeto y técnica justa.
La experiencia concluye con un café que prolonga el ritual, invitando a la sobremesa. Todo está pensado para evocar lo conocido y, al mismo tiempo, permitir que cada visita cree su propio recuerdo.
El río que atraviesa la memoria
Del Río Cantina es más que un restaurante. Es un espacio que dialoga con la identidad de Saavedra, que se integra sin estridencias y se convierte en reflejo de su carácter. El barrio encuentra aquí una prolongación de sí mismo: un lugar donde lo cotidiano se ennoblece, donde los sabores de siempre se presentan con una dignidad renovada.
El nombre elegido parece más que apropiado. Como un río, la experiencia fluye entre pasado y presente, arrastra memorias y crea nuevas, se mueve con calma y deja huellas discretas en quienes la transitan. Cada mesa es un pequeño remanso donde detenerse, cada plato una corriente que nos conecta con historias compartidas.
En un tiempo donde la prisa amenaza con borrar los detalles, Del Río Cantina propone lo contrario: un regreso al valor de lo esencial, a la calidez de lo cercano, a la certeza de que un barrio se reconoce también en los sabores que lo habitan. Allí, entre la madera cálida, el murmullo de las charlas y un plato que despierta recuerdos, Saavedra encuentra un río propio, íntimo, que lo atraviesa y lo renueva.
Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello